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"Querida Gisèle Pélicot: Un homenaje a su legado cultural"

La primera vez que la visité fue a través de mi teléfono. En los medios de comunicación aún no se mencionaba su nombre. Existía el temor de dañar sus sentimientos, de trascender su anhelo de discreción. Estaba ingresando, con el rostro al descubierto, en el escenario de las agresiones en el tribunal de Aviñón.

Cuatro meses y 52 condenas después, no he conseguido contar los policías que la escoltaban cuando salía, con más de un centenar empujando a la multitud que acudía a animarla. Gritaban “Gracias, Gisèle” con todos los acentos del mundo. No había espacio suficiente para los periodistas y los seguidores que habían venido de todas partes para verla.

Entre ambas, entre la entrada enérgica pero preocupada y la salida aliviada y globalizada, nos gustaría creer que un viejo mundo misógino y violento ha quedado enterrado. O al menos desenmascarado.